Psicología Infantil
La infancia es el período evolutivo más importante del ser humano por ser en esta etapa cuando se construyen las bases de la personalidad adulta.
Durante su desarrollo, el niño debe enfrentarse a diversos conflictos que va resolviendo de manera natural, sin embargo, hay niños a los que les resulta difícil afrontarlos y elaborarlos por sí mismos, necesitando la intervención de un Psicólogo para resolverlos.
¿Cuándo llevar al niño al Psicólogo?
Cuando el niño no es capaz de afrontar los procesos propios de cada momento evolutivo, persisten síntomas, comportamientos muy infantiles para su edad, o a veces, cambios producidos en el medio familiar (separación de los padres, muerte de un familiar, cambio de residencia, nacimiento de un hermano, …) o social (cambio de colegio, de amigos,…) que dependiendo de la sensibilidad o madurez emocional del niño, le afectan especialmente, provocándole miedos, ansiedad, depresión, bajo rendimiento escolar, problemas en la relación con sus compañeros, etc.
En este momento es necesaria una intervención psicológica, ya que de no ser así, el problema cristalizaría afectándole en el desarrollo de etapas posteriores.
En Psicólogos MENSANA somos especialistas en Psicodiagnóstico y Tratamiento Infantil, y desarrollamos intervenciones ajustadas a cada momento evolutivo del niñ@.
¿En qué consiste la terapia?
Cada niñ@ presenta una problemática propia, por tanto, la terapia es individualizada y adaptada a las características del menor.
Utilizamos Terapia de juego, ya que es a través de este como el niñ@ aprende, muestra sus preocupaciones más profundas y nos da acceso a conocer su estructura mental. También mediante el dibujo u otros materiales manipulativos, el niñ@ expresa como está vivenciando sus conflictos y nos permite acceder a su proceso interno.
¿Cuál será la labor del Psicólogo?
El Psicólogo acompaña al niño en el juego, en sus dibujos, o material que elija, para que pueda elaborar su conflicto y mejoren o desaparezcan los síntomas.
NUEVO EN EL BLOG
Dada nuestra experiencia, en Psicólogos Mensana observamos que las problemáticas más frecuentes en niñ@s son:
La aparición suele ser antes de los diez años, se caracteriza por comportamientos en contra de la sociedad (antisociales) que violan los derechos de otras personas, normas y reglas adecuadas para su edad.
¿Qué entendemos por comportamientos antisociales?
- El niño suele presentar comportamiento agresivo y destructor (vandalismo), que se manifiesta tanto hacia las personas como hacia los animales, sin que parezca que le afecten emocionalmente, no sienten culpa ni empatía, este comportamiento suele ir unido a amenazas o a daño físico.
- Falsedad y engaño, robos, para conseguir lo que quiere o para evitar sus responsabilidades u obligaciones.
- Violación de reglas y derechos de los demás, pueden faltar a clase sin justificación, hacer bromas pesadas…
- Relaciones interpersonales. Dado su conducta no suelen tener muchos amigos. La relación con los adultos suele ser poco saludable, ya que continuamente les falta al respeto y los desafía. Suelen ser los acosadores de otros niños que consideran más débiles.
- Baja autoestima y escasa autoestima, escasa tolerancia a la frustración y suelen irritarse frente a cualquier situación.
- Tienen un rendimiento escolar bajo debido a sus conductas. Suelen ser expulsados de la clase.
- Destrucción de la propiedad, por ejemplo provocan incendios.
El Trastorno Disocial requiere de la intervención de un psicólogo clínico de forma urgente, para poder determinar un diagnóstico y su tratamiento psicoterapéutico.
A veces se puede confundir con el Trastorno Negativista Desafiante, este se caracteriza por frecuentes verbalizaciones argumentativas y negativistas, con rabietas y negativa de obedecer a los adultos, pero no muestran un comportamiento antisocial evidente, mientras que en el Trastorno disocial predominan la agresividad y acciones ilegales y manifiestamente destructivas.
Generalmente los niños con un Trastorno Oposicionista suelen identificarse desde la temprana edad de dos o tres años, ya que sus conductas son muy disruptivas, llegando incluso a crear problemas familiares.
¿Cómo identificar un Trastorno Oposicionista Desafiante?
Si se extiende durante más de seis meses y están presentes cuatro o más de los siguientes comportamientos:
- Se encoleriza e irrumpe con pataletas.
- Discute con los adultos.
- Desafía activamente a los adultos o rehusa cumplir sus demandas.
- Molesta deliberadamente a otras personas.
- Acusa a otros de sus errores o mal comportamiento.
- Es susceptible o fácilmente molestado por otros.
- Colérico y resentido.
- Rencoroso o vengativo.
- Tiene problemas académicos y en sus relaciones sociales.
Para averiguar las causas es necesario un estudio de cada caso y determinar si es necesario un tratamiento psicológico. Si se confirma el trastorno, es urgente la intervención, ya que de no ser así, en muchos casos durante la adolescencia, suelen aparecer graves problemas.
Esta categoría incluye trastornos caracterizados por un comportamiento negativista desafiante que no cumple los criterios del Trastorno Disocial ni del Trastorno Negativista.
Hay niños desobedientes y desafiantes en algún momento de su ciclo evolutivo, este tipo de comportamientos son transitorios, y por la intervención del ambiente (padres, escuela, etc) y de la etapa evolutiva tienden a desaparecer con la edad. Sin embargo, hay niños en los que esta conducta se mantiene en el tiempo de una forma que no se corresponde con la edad. Es entonces cuando podemos hablar de Trastorno Negativista Desafiante, la conducta de desobediencia es extremadamente grave.
Puede tener diferentes formas, desde no responder o no obedecer sistemáticamente mostrándose pasivo, sumiso, a las formas más desafiantes, con insultos, pataletas, se encoleriza, resistencia física con agresividad hacia las figuras de autoridad (padres, maestros o educadores). Terquedad persistente, se molesta fácilmente, rencoroso, incapaz de negociar con adultos o compañeros… Y una tendencia a quedar por encima de los límites o normas establecidas, haciendo culpable a los demás de sus errores.
Es importante hacer un diagnóstico precoz, porque además de los síntomas conductuales, provocan deterioro en el contexto social, familiar y escolar.
Hay muchas circunstancias que pueden provocar conductas disruptivas en el niño, por eso hay que hacer un estudio pormenorizado de cada caso para poder ayudar tanto al niño como a todo su entorno.
El diagnóstico de trastornos de la conducta alimentaria se ha disparado en España, desde el 2010, en menores de 12 años. Niñ@s de 9-10 años que ya expresan una clara preocupación por el peso y la figura corporal.
El alimento aparte de satisfacer el hambre y experimentar la sensación de placer-displacer, produce una especie de sinapsis psicoafectiva que produce un lazo social, ya que la alimentación tiene también una función socializadora, de hecho las personas con trastornos alimentarios tienden a aislarse. Por eso al hablar de los problemas alimentarios debemos tener en cuenta todo lo que está involucrado en este proceso.
Al llegar a los 6-7 años se inicia la conciencia sobre nuestra imagen corporal y ya se pueden encontrar los primeros problemas de no aceptación del propio cuerpo dando lugar a problemas alimentarios.
Los trastornos de la conducta alimentaria en niñ@s son:
Rumiación
Es la regurgitación repetida del alimento. El niñ@ expulsa o mastica la comida y vuelve a tragarla. Es frecuente después de los tres meses de edad. Puede asociarse con bulimia nerviosa, retraso mental, o con problemas médicos.
Pica
Se refiere a la ingestión regular de sustancias no nutritivas. Las formas leves son comunes en los niñ@s, por ejemplo masticar gomas de borrar y pequeñas cantidades de papel.
A partir de los 18 meses a los 2 años, si ingieren hielo, suciedad, barro, pelo u otras sustancias no nutritivas, es aconsejable consultar al Psicólogo para hacer una valoración.
La pica se observa, a veces, en niñ@s con carencia afectiva profunda o en situación de abandono. También en niños psicóticos, asociados con otras perturbaciones, especialmente trastornos de la esfera alimenticia y digestiva: anorexia, diarrea/estreñimiento, incontinencia…
Ingesta Selectiva
Cuando los niñ@s excluyen alimentos de la dieta por su textura o color, o por un problema que les produce la comida (expresan su malestar, su enfado, reclaman atención…) En otras ocasiones esta forma de ingesta selectiva nos puede hablar de otros problemas, por ejemplo, el autismo.
Anorexia Nerviosa
- Anorexia del recién nacido: La anorexia esencial precoz. Es relativamente rara. Tiene una constitución neuropática. Se da en un terreno especial, en niños con poco peso, nerviosos, muy despiertos. Al principio muestran una pasividad frente a la comida y pasados unos meses se muestran reacios a comer.
- Anorexia del segundo semestre: Es más frecuente, aparece entre el quinto y el octavo mes, al ir suprimiendo paulatinamente la leche e introduciendo nuevos alimentos: cereales, frutas…
- Anorexia inerte: Cuando el niño no tiene iniciativa ni coopera, a veces ni siquiera ingiere, se le escapa la leche por la comisura de los labios o incluso vomita la poca que haya podido tomar.
- Anorexia por oposición: Reacciona ante la comida, con chillidos, agitación, no queriendo comer, rechazo, vómitos… Entabla una verdadera lucha de la que saldrá victorioso y el adulto agotado.
- Anorexia en la niñez: Existen una gama muy compleja de factores psicológicos y emocionales entre los que prevalece una alteración o distorsión de la auto imagen corporal, un rechazo a ingerir alimentos (incluso el agua, con riesgo de deshidratación), hay un gran temor a subir de peso y la autoestima está supeditada a la autopercepción de una buena imagen corporal.
Bulimia Nerviosa
En esta etapa es menos común que la anorexia y algunos autores hablan de “crisis bulímicas” más que de bulimia nerviosa.
Constituye un impulso irresistible a alimentarse que sobreviene brutalmente, acompañado o no de la sensación de hambre, afectando en tiempo normal a alimentos preferidos o no por el niñ@, frecuentemente sin discriminación.
Hay una necesidad imperiosa de llenarse la boca, masticando poco o mucho, hambre devoradora que puede durar desde unos minutos hasta varias horas. Mientras dura la crisis bulímica se carece de todo sentido crítico y de higiene alimenticia. Acaba en un acceso de torpor, somnolencia, con sensación de saciedad, que puede experimentarse con placer o con disgusto.
Hay veces que la bulimia está integrada en el marco de un comportamiento psicótico o delirante.
La Obesidad y el Sobrepeso
Acumulación anormal y excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Son producidas por desequilibrio entre la ingesta de calorías y el gasto que se produce de las mismas. Los niñ@s con obesidad actúan con dos veces más rebeldía que los otros niñ@s y presentan tendencias a la depresión.
En un primer momento, hay que descartar algún problema neurológico. Entre las causas psicológicas, para que se den estos tipos de trastornos de alimentación, una podría ser una forma de manifestar su personalidad de oposición al adulto y cómo se comportan los padres ante esta dificultad, también puede deberse a factores endógenos.
Hay que realizar un estudio para determinar cuál es la causa y el papel del Psicólogo es clave para tratar al niño y a su grupo familiar, ya que permite romper el mecanismo de repetición que mantienen los síntomas de este trastorno alimentario.
Debe tenerse en cuenta que los malos hábitos en la alimentación, los caprichos o el hecho que al niñ@ no le guste algún alimento no son trastornos de la conducta alimentaria, aunque si pueden ser factores de riesgo.
Los trastornos de alimentación son alteraciones graves de la conducta alimentaria. Son múltiples los trastornos de alimentación que sufren en la actualidad niñ@s, adolescentes y adultos.
La característica común son los comportamientos anormales con la alimentación. Son problemas serios de salud mental y pueden poner en peligro la vida.
El pronóstico es bueno si se diagnostica y se trata a tiempo, si no, llega a ser más peligroso que si comenzara en la adolescencia.
En la evolución y maduración del ritmo vigilia-sueño en la infancia, hacia los 4-6 meses de vida se consolida el periodo de sueño largo nocturno y se establece el ritmo circadiano de la temperatura corporal. La incapacidad de ser autónomo para dormirse a los 6-9 meses de edad es un buen predictor de problemas para iniciar el sueño a los 2 años.
La importancia de los trastornos del sueño reside en que cada vez hay más evidencias acerca de la influencia de estos trastornos en el desarrollo físico, cognitivo, emocional y social de los niños.
Los trastornos graves del sueño en los bebés son predictores frecuentemente de perturbaciones en los orígenes de la formación de la personalidad.
La función y el significado del sueño evolucionan con la edad y explican en parte, algunas conductas patológicas. La naturaleza de los sueños es muy variada: realización de deseos, revivir experiencias agradables o no, sueños de castigo, de angustias, pesadillas…
Con la maduración psicoafectiva el sueño puede expresar:
- La fusión con la madre
- Miedos de aniquilación, desaparición o muerte
- Miedo a la separación, a la pérdida o al abandono
- Miedo a la pérdida de autonomía o dominio
- Rivalidad con las figuras parentales o con los hermanos.
¿Cómo funciona el sueño?
El sueño se divide en dos grandes periodos:
- Sueño de onda lenta (NREM):
La fase 1 es la fase de adormecimiento y representa la transición de la vigilia a un sueño más profundo. Es el más ligero y si la persona se despierta desde esta fase no se da cuenta de que ha estado realmente dormida.
La fase 2 (sueño intermedio), aparecen dos signos característicos en el EEG: los husos de sueño y los complejos k. A medida que el sueño se hace más profundo (fases 3 y 4), aparecen las ondas lentas.
- Sueño paradójico (REM):
Unos 90 minutos después de iniciarse el sueño, y tras haberse alcanzado la máxima profundidad, el EEG cambia súbitamente, desaparecen las ondas lentas y aparece una señal similar a la de la vigilia.
Las dos fases de sueño (NREM y REM) se van alternando, de forma cíclica, a lo largo de la noche. Un ciclo de sueño se inicia con una fase NREM y finaliza cuando acaba una fase REM, lo que sucede cada 90-120 minutos. Tras un ciclo, se puede suceder otro o producirse un despertar espontáneo. La mayoría de los despertares espontáneos ocurren al final de una fase REM. La sucesión normal de ciclos de sueño se denomina “arquitectura del sueño”. La representación gráfica de la organización del sueño una noche completa se llama hipnograma.
Los trastornos del sueño en niños se clasifican en:
- INSOMNIO
Insomnio del primer año:
Trastorno muy frecuente, de significado diferente dependiendo de la gravedad. Este tipo de insomnio es señal de una relación inadecuada entre el bebé y su medio. Se distinguen:
Insomnio común: este tipo de insomnio se debe a menudo a condiciones inadecuadas tales como rigidez excesiva en horarios de comida, exceso de ración alimentaria, malas condiciones acústicas o lumínicas…, que pueden reflejar dificultades prematuras de adecuación entre el bebé y su madre. Habitualmente este insomnio cede organizando las condiciones desfavorables.
Insomnio precoz severo: es diferente y puede tratarse de Insomnio agitado en el que el bebé no cesa de chillar, gritar y agitarse, calmándose únicamente durante breves momentos de agotamiento y reanuda los gritos de inmediato. A veces, va acompañado de movimientos rítmicos, balanceos violentos o conducta autoagresiva. O puede ser Insomnio tranquilo cuando el niño permanece en su cuna con los ojos abiertos y en silencio tanto de día como de noche, sin solicitar nada.
Estos insomnios severos son raros, suelen ser síntomas antecedentes de niños psicóticos o autistas, o también de niños cuya madre sufre en ese momento un estado depresivo o angustia profunda o una enfermedad mental ya estructurada. Sea cual sea el origen precisa de una intervención psicoterapeútica.
Dificultades en la conciliación del sueño del niño:
Estas dificultades son mucho menos importantes, casi son parte del desarrollo normal de los niños entre los 2 y los 5-6 años. A esta edad, el niño en plena evolución motriz, acepta mal la regresión que implica el dormir, a la vez que la aparición de los primeros sueños angustiantes convierte el irse a la cama en un estado inquietante. No quiere acostarse, realiza rituales diversos, precisa de un objeto contrafóbico: luz, elemento transacional (trapito, muñeco,…), pulgar, necesita que sus padres le cuenten un cuento, etc. Los padres normalmente intuyen esa necesidad del niño de tener un espacio intermedio entre el periodo de actividad y el momento de dormirse y buscan como favorecer ese espacio.
Pero a veces, ya sea por una condiciones externas defectuosas, tales como ruido, irregularidad en los horarios…, ya sea por una presión externa inadecuada como una rigidez excesiva paterna, o por oposición a los padres por parte del niño que desea tener el dominio de la situación o ya sea por un estado de ansiedad o de conflicto interno que convierte en temible la regresión inducida por el sueño, se evidencia un déficit para acondicionar este momento transitorio entre la vigilia y el sueño.
Las manifestaciones clínicas son diversas:
-Oposición a acostarse: grita, se levanta varias veces, y sólo cede en su empeño cuando ya está agotado después de un tiempo de lucha con los progenitores.
-Rituales al acostarse: exige que uno o varios objetos estén colocados de una determinada manera siempre idéntica. A veces pide beber, o comer, o la repetición del cuento. Estas manifestaciones algo obsesivas son el reflejo del intento de dominar la angustia que le produce el dormir.
-Fobia a acostarse: A veces queda reducida a una petición contrafóbica, lo más frecuente es la luz encendida o la puerta abierta. Pero a veces el niño es presa del pánico en cuanto nota los efectos del sueño. Aparece, por lo general, después de episodios con sueños de angustia o terrores nocturnos hacia los 2- 3 años.
-Fenómenos hipnagógicos: observados entre 6 y los 15 años, muy frecuentes en el momento de dormirse. Pueden ser sensaciones cinestésicas, visuales, auditivas. Dado su carácter ansiógeno estos fenómenos pueden provocar el despertar del niño y dar lugar a otras dificultades para conciliar el sueño.
- PARASOMNIAS:
Son trastornos episódicos que irrumpen en el proceso de sueño.
Terrores nocturnos:
El niño grita en su cama con expresión aterrorizada, no reconoce ni su entorno ni a sus padres y parece inaccesible a cualquier razonamiento. Se observa palidez, sudores y taquicardia. La crisis dura algunos minutos, después el niño se vuelve a dormir, al día siguiente es habitual que no recuerde nada. Estos terrores nocturnos aparecen alrededor de los 3-4 años. En la mayor parte de los casos se reproducen varias veces entre los 3 y 6 años de edad y luego desaparecen. Más raramente se dan de forma regular, otros síntomas de naturaleza fóbica pueden asociarse a éste.
En el plano psicopatológico su aparición intermitente puede considerarse como el intento de elaboración de angustias vitales y la persistencia de estos terrores puede significar la imposibilidad del niño para elaborar defensas psíquicas adecuadas.
Pesadillas:
El niño gime, llora, grita y pide socorro, en ocasiones se despierta pero normalmente es al día siguiente cuando explica su mal sueño.
El niño tiene sueños que le producen miedo y se despierta muy asustado, pudiendo recordar y explicar bien lo que ha pasado. Los hechos pueden relacionarse con situaciones vividas durante el día. Aparecen entre los 4 y 8 años, no hay confusión ni desorientación y cuando despierta suele ser más difícil volver a dormir tras la pesadilla. No requieren tratamiento en la mayoría de los niños, pero si persisten a edades posteriores, o va asociado a otros síntomas es necesaria una intervención especializada.
Somniloquia:
Es un fenómeno que puede aparecer en cualquier fase del sueño, y consiste en hablar dormido. Puede ir acompañado de risa, llanto o gritos y no suele despertar al niño. Si sucede en el sueño paradójico, el contenido es más elaborado y afectivo que si se produce en el sueño profundo (pobre y sobre hechos recientes). Ocurre entre los 4 y 6 años, es más frecuente coincidiendo con el inicio de la guardería o el colegio y no precisa tratamiento específico.
Despertar Ansioso:
A medio camino entre el terror nocturno y el sueño de angustia. El niño se despierta inquieto, pero sin manifestaciones alucinatorias, con frecuencia se va a la cama de los padres para volverse a dormir.
Sonambulismo:
El sonambulismo con predominancia en los varones, aparece entre los 7 y 12 años en niños que suelen tener antecedentes familiares de sonambulismo.
En el transcurso de la noche el niño se levanta y deambula. En ocasiones muestra una actividad complicada, siempre idéntica. Después de algunos minutos se vuelve a acostar o se deja conducir hasta la cama. Al día siguiente no recuerda nada.
Hay una variante clínica rara que es el “sonambulismo terror”, la cual asocia deambulación y manifestación de terror. Cuando se intenta calmarlo o sujetarlo el niño puede reaccionar agresivamente.
En la mayoría de los casos el sonambulismo se presenta aislado, solo algunos niños presentan rasgos neuróticos como ansiedad o fobia, especialmente en el sonambulismo terror.
La ansiedad es una emoción normal que el ser humano experimenta como respuesta adaptativa ante una situación de peligro. Los miedos acompañarán a lo largo del desarrollo. La ansiedad en los niños será en un principio indicativo de que el menor va adquiriendo conciencia de su propia individualidad, de los recursos con los que cuenta, de sus límites, para ello debe ser consciente de los peligros a los que se debe enfrentar.
Desde los primeros meses, alrededor de los 6, aparece el miedo a la oscuridad y a lo desconocido. En torno a los 8 meses nos encontramos con la “angustia por separación”, el bebé muestra ansiedad ante el rostro de extraños y llora si su madre o alguien conocido no se halla presente.
A lo largo de su desarrollo evolutivo, los niños sentirán miedo o percibirán peligro ante diferentes situaciones. A partir de los 2-3 años comenzarán los temores a animales, monstruos, fantasmas, a caerse de la bicicleta, al agua… a diversas situaciones sociales, a los desconocidos, cuando son más mayores, a los exámenes…Lo normal es que a medida que se enfrentan a esas situaciones aprendiendo a reaccionar ante ellas el miedo vaya desapareciendo.
Pero cuando la ansiedad es muy fuerte o percibe peligro ante hechos que no lo son, o la reacción es desmesurada, evitando dichos hechos, podemos decir que padecen un trastorno de ansiedad y se sentirán cada vez peor. Por fortuna, la ansiedad tiene tratamiento y el menor se recuperará totalmente.
A veces, la ansiedad no se da ante un estímulo en concreto sino que el niño sufre sin ser consciente del por qué, apareciendo síntomas como: irritabilidad, trastornos del sueño (duerme mucho o muy poco), actividades que antes realizaba ahora no, quejas somáticas, (dolor de cabeza o tripa), morderse las uñas…suelen ser los síntomas que más a menudo aparecen.
¿Cuáles suelen ser los detonantes más habituales?
- En el ámbito familiar, cualquier cambio que se produzca en la familia como el nacimiento de un hermano, una mudanza, una enfermedad, una situación de duelo, problemas económicos….
- En el ámbito escolar, cambio de colegio o clase, problemas con los compañeros, no cumplir con las expectativas académicas que se espera de él, sobrecarga de deberes o actividades que no le dejan tiempo para jugar…
- En el ámbito social, dificultades con algún amigo o amigos, se siente solo, le afectan las noticias de los medios de comunicación o su única actividad son los videojuegos…
Los Trastornos de Ansiedad en los niños se clasifican en:
Trastorno de Ansiedad por Separación
Se caracteriza por ansiedad o sentimientos de pánico cada vez que se separa de sus padres. Suele mostrar preocupación porque a sus progenitores les ocurra algo malo, miedo a estar solo, aparecen quejas somáticas ante la idea de la separación, insiste en dormir en la habitación paterna con ellos.
Trastorno de Ansiedad Generalizada
Preocupación crónica y excesiva. Los menores con este trastorno manifiestan inquietud y preocupación por todo: el rendimiento escolar, siendo además muy exigentes consigo mismos, la salud, desde lo que acontece en su familia, tenga o no que ver con ellos, hasta lo que sucede en el mundo. Además, a veces, su foco de preocupación va cambiando según se suceden los acontecimientos.
Presentan síntomas como alteraciones del sueño, estado de ánimo irritable, molestias físicas o dolores musculares, fatiga, berrinches ante situaciones de cambio que no pueden controlar.
Fobia Social
Los niños con fobia social sufren, a menudo, sentimientos de depresión, así como también poca confianza en sus habilidades y son testarudos. Muestran temor a la crítica y a estar con personas desconocidas o en ambientes sociales nuevos que les provocará casi siempre ansiedad e intentarán evitarlo llegando a padecer en ocasiones ataques de pánico. Expresarán la ansiedad oponiéndose, llorando, con berrinches, intentando por todos los medios evitar la situación.
Muestran problemas a la hora de hablar en voz alta en clase o a hablar en público, hacer nuevos amigos, hablar con desconocidos, manifiestan dificultades para defender sus intereses u opiniones en clase o en el grupo de amigos. Estos niños suelen además inquietarse en exceso por lo que piensan los otros de ellos y se alteran en exceso si cometen algún error.
Fobia Específica
Es el temor acusado y persistente que es exagerado e irracional provocado por un objeto o situación determinada. En los niños, las fobias más comunes son: a los animales, al agua, a las agujas, a irse a dormir, a la oscuridad, a la escuela. Debemos diferenciar la fobia de los temores normales y evolutivos que desaparecen transcurrido un tiempo cuando el pequeño ha aprendido a enfrentarse a la situación. Cuando hay una fobia el niño evitará exponerse al objeto fóbico.
¿Cuándo se puede decir que hay un trastorno de ansiedad en el niño y es conveniente acudir al PSICÓLOGO?
Cuando la ansiedad dificulta su desarrollo, el niño no puede seguir con su vida normal porque las manifestaciones de angustia son muy intensas. A diferencia de los miedos propios de la infancia, los trastornos de ansiedad no se superan con el crecimiento, por el contrario, se cronifican y provocan otros trastornos tanto emocionales como físicos, además de problemas de aprendizaje.
Es importante abordar el problema cuanto antes para evitar sufrimiento al niño y a la familia.
Además el pronóstico será más favorable cuanto más temprana sea la intervención.
Las fobias se encuadran dentro de los trastornos de ansiedad. Las más habituales en esta etapa son:
Fobia Social
Los niños con fobia social sufren, a menudo, sentimientos de depresión, así como también poca confianza en sus habilidades y son testarudos. Muestran temor a la crítica y a estar con personas desconocidas o en ambientes sociales nuevos que les provocará casi siempre ansiedad e intentarán evitarlo llegando a padecer en ocasiones ataques de pánico. Expresarán la ansiedad oponiéndose, llorando, con berrinches, intentando por todos los medios evitar la situación.
Muestran problemas a la hora de hablar en voz alta en clase o a hablar en público, hacer nuevos amigos, hablar con desconocidos, manifiestan dificultades para defender sus intereses u opiniones en clase o en el grupo de amigos. Estos niños suelen además inquietarse en exceso por lo que piensan los otros de ellos y se alteran en exceso si cometen algún error.
Fobia Específica
Es el temor acusado y persistente que es exagerado e irracional provocado por un objeto o situación determinada. En los niños, las fobias más comunes son: a los animales, al agua, a las agujas, a irse a dormir, a la oscuridad, a la escuela. Debemos diferenciar la fobia de los temores normales y evolutivos que desaparecen transcurrido un tiempo cuando el pequeño ha aprendido a enfrentarse a la situación. Cuando hay una fobia el niño evitará exponerse al objeto fóbico.
El Trastorno Obsesivo-Compulsivo, conocido como TOC, catalogado entre los trastornos de ansiedad hasta el DSM V en el que se clasifica aparte. Es el 4º trastorno psiquiátrico más común entre la población mundial. Es un trastorno multifactorial en el que parece estar implicado un fallo en el funcionamiento de un neurotransmisor cerebral llamado serotonina.
El TOC se caracteriza por la presencia de obsesiones y compulsiones repetidas que causan intenso malestar psicológico e interfieren en la vida diaria, en el entorno escolar, en las actividades sociales y en las relaciones familiares del niñ@ o adolescente que lo padece.
Una obsesión es una idea o pensamiento repetitivo inquietante, desagradable y no deseado, que surge reiteradamente y de forma incontrolable en la mente del menor, causándole un temor persistente y un alto nivel de ansiedad.
La compulsión es un comportamiento ritual estereotipado que se lleva a cabo, durante mucho más tiempo de lo normal, de forma repetitiva e ininterrumpidamente, y al que el menor con TOC recurre para reducir la ansiedad provocada por una idea obsesiva.
El niño con TOC tiene un esquema de pensamientos inquietantes y desagradables (obsesiones) o por conductas repetitivas y rituales (compulsiones) que no puede controlar. Para el observador externo estas obsesiones y compulsiones carecen de sentido, pero quien padece TOC no puede evitarlas: le provocan ansiedad, le generan una tremenda angustia y le causan un gran sufrimiento. Las obsesiones y compulsiones además de causar malestar clínico suponen una pérdida de tiempo y energía del joven deteriorando su vida familiar, escolar y social.
Durante la niñez, se dan muchos comportamientos obsesivo-compulsivos que no corresponden a un TOC, pueden jugar a no pisar las rayas, o tener rituales para dormir, o llevar un objeto que les da suerte a un examen, pero son niños alegres que tienen amigos y no sufren y que si se les interrumpe en la ejecución de un acto compulsivo no pasa nada, en contraposición de los niños con TOC que se pondrán muy irritables.
La mayoría de los niños y adolescentes con TOC tienen tanto compulsiones como obsesiones, aunque suelen predominar las primeras, sobre todo en los niños más pequeños.
Las obsesiones rondan, frecuentemente, en torno a los siguientes temas:
- La muerte, piensan en la posibilidad de morir ellos o algún familiar cercano, frecuentemente el progenitor del mismo sexo o los hermanos menores.
- El sexo, sobre todo los adolescentes.
- Las agresiones a otros.
- Las enfermedades, piensan que ellos o sus padres pueden tener una enfermedad grave.
- Miedo a contaminarse.
- Temor a equivocarse o hacer las cosas incorrectamente, exigiéndose el perfeccionismo.
Las obsesiones producen preocupación, culpa o vergüenza.
Las compulsiones más frecuentes son las siguientes:
- Lavarse continuamente, lo que puede degenerar en un problema dermatológico. A veces, obligan a los demás a hacer lo mismo antes de tocarlos.
- Limpiar constantemente. No soportan la suciedad. Frecuentemente exigen a los otros, sobre todo en la familia, que limpien o no manchen. Muchas veces esta necesidad de limpieza les impide salir de excursión o campamento.
- Realizar comprobaciones una y otra vez.
- Preocupación excesiva por el orden.
- Acumular cosas sin desprenderse de nada.
- Repetir constantemente una acción, sienten que tienen que hacer las cosas un número concreto de veces o de una forma determinada o, de lo contrario, sucederá algo malo, bien a ellos o a sus familiares.
- Rezar.
- Contar numéricamente.
- Decir palabras o números al azar.
¿Cómo afecta el TOC a los niños y adolescentes?
El TOC hace que la vida diaria resulte muy estresante para los menores, ya que normalmente los rituales requieren mucho tiempo, e interfiere con sus actividades diarias a las que llegan tarde, generando tensión o discusiones en la familia. Además no son capaces de disfrutar el tiempo con sus amigos o divertirse. En clase las obsesiones y los rituales tales como revisar, colocar el material, borrar y rehacer tareas, afecta a la atención y a la concentración. Los niños más mayores y los adolescentes pueden creer que están “locos” y trabajen duro para esconder el TOC a los demás. Sobrellevar el día a día puede ser agotador, ya que requiere mucha energía para neutralizar la angustia. Los menores diagnosticados de TOC tienen, generalmente, rituales a la hora de acostarse que sienten que deben realizar. Por lo tanto, se acuestan tarde y están cansados durante el día. Todo este estrés les produce irritabilidad y tristeza.
Por supuesto este comportamiento afecta al entorno familiar del menor. Los progenitores pasan por diferentes fases emocionales como quitarle importancia, preocupación, miedo, frustración, irritabilidad, culpa, y tristeza. Con frecuencia, se preguntan si el niñ@ o el joven se recuperará o será así siempre y cómo será su futuro.
¿Cuándo acudir al Psicólogo?
Afortunadamente el TOC tiene tratamiento y cuánto antes se inicie más rápida será la recuperación. Si no se trata en estas edades, el pronóstico en el adulto será menos favorable.
Los bebés y los niños también se deprimen, pero el estado depresivo es más difícil de detectar que en niños mayores o adultos y muchas veces pasa desapercibido. El término «depresión» no posee el mismo sentido para el niño que para el adulto. La depresión infantil no tiene el mismo contenido y representa una experiencia diferente según la edad. Hay que estar muy atentos a las pistas que nos dan en su desarrollo emocional y físico para saber si está sufriendo.
El bebé nace con competencias sensoriales, motoras y afectivas que le permiten, lo más rápidamente posible, asegurarse la protección y su supervivencia. La depresión en el lactante aparece cuando el bebé sufre una carencia emocional en relación con la separación, puede presentar una depresión anaclítica, que se caracteriza por un desinterés progresivo por el ambiente, pérdida del apetito y un trastorno del desarrollo, el bebé no sonríe, no responde a estímulos y no reacciona si se le deja con un extraño. Una de las causas de la depresión en lactantes es que la madre sufra un proceso depresivo, hay que valorar la gravedad de la depresión de la madre, para hacer una buena intervención terapéutica y que la recuperación de ambos sea más rápida.
En los casos más graves puede provocar una depresión preautística y se ve en bebés entre los seis y ocho meses. En otras ocasiones, viene favorecida tanto por factores hereditarios como por circunstancias externas (separación, pérdida, abandono, duelo, etc.) También no podemos olvidar las características biológicas del recién nacido, no responde a estímulos, tiene dificultad para calmarse y puede poner trabas para sentirse buenos padres.
En cuanto a los niños, también se deprimen y la diferencia con los adultos es que no tienen la madurez emocional necesaria para enfrentarse a la depresión, por lo que los síntomas son más intensos y complejos, aunque varían según la edad.
¿Cómo se manifiesta la depresión?
A veces los síntomas están «enmascarados».
- A nivel físico, se presentan perturbaciones en el aparato digestivo, trastornos de sueño, prurito, cefaleas migrañosas, fatiga, retraso motor.
- A nivel psicológico, son niñ@s que parecen tristes, que muestran cierto retraimiento, poco interés por las cosas, dan la sensación de que se aburren, descontentos, raramente satisfechos y con poca capacidad para el placer. Dan la impresión de sentirse rechazados o no amados y que abandonan los objetos que les decepcionan. Se muestran no dispuestos a aceptar ayuda o consuelo. Tienen tendencia a la pasividad. Llevan a cabo actividades repetitivas. Con dificultades para mantener el contacto, aislamiento social, irritabilidad y a veces agresividad. Fracaso escolar. Autoestima baja.
- No es raro, tanto en el niño como en el adolescente, presencia de ideas o tentativas de suicidio. Tenemos que estar muy atentos para evitarlo.
¿Cuáles son las causas de la depresión?
En la depresión infantil concurren varios mecanismos o factores que suelen interactuar entre sí. Los principales son los biológicos, genéticos, socio-familiares, estilos de vida y los psicológicos.
¿Cuál es el tratamiento de la depresión infantil?
Es importante hablar con la familia, para encontrar las causas y ayudarles a cómo llevar todo el proceso por el que está pasando su hij@.
En cuanto al tratamiento psicológico no hay un tratamiento unívoco y hay que adaptarse a las necesidades del niñ@.
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Inicialmente, el control de esfínteres depende de un sistema anatomofisiológico, sistema que únicamente tras un período de maduración podrá funcionar y cuya utilización dependerá de normas culturales.
Los trastornos de eliminación consisten en una incapacidad para controlar de forma voluntaria la emisión de la orina o de las heces, tanto de día como de noche, se denominan enuresis y encopresis respectivamente, y son característicos de la infancia o de la adolescencia.
Pueden tener una causa orgánica o psicológica.
La enuresis diurna y nocturna, es de origen orgánico cuando hay afección urológica, irritación o algún proceso infeccioso, cistitis, la capacidad de la vejiga disminuida, diabetes, etc.
La enuresis nocturna se produce cuando un niñ@ de más de cuatro años orina durante la noche y fuera del baño, moja la cama de una forma involuntaria. En muchos casos, la enuresis nocturna ocurre simplemente porque el niñ@ duerme profundamente y no se despierta cuando su vejiga está llena. A menudo, la tendencia a mojar la cama tiene un componente hereditario. Si usted padeció enuresis nocturna, es probable que su hij@ también la padezca.
La enuresis diurna, cuando el niñ@ se orina durante el día, en niños de 6 años o más, hay mayor posibilidad de que se produzca por una causa orgánica.
En general, es importante acudir al pediatra para que haga una valoración y descartar que la enuresis es de origen orgánico. Si no puede estar relacionada con trastornos psicológicos: ansiedad, retraso en la maduración, nacimiento de un herman@, baja autoestima, oposición, situaciones tales como discusiones familiares, separación de los padres, traslados de domicilio, adaptación a centros educativos, abusos físicos o sexuales, acoso escolar (bullyng)…
Teniendo en cuenta la diversidad de causas, y cuando se ha descartado su origen orgánico, por parte del pediatra, se realizará una entrevista clínica con los padres y una evaluación psicológica del niñ@, para valorar si es necesario o no una intervención psicológica.
La encopresis es un trastorno en el que el niñ@, mayor de cuatro años, y que ya aprendió a controlar sus esfínteres y utilizar el baño adecuadamente, comienza a defecar en su ropa o lo hace en lugares inapropiados, sin que haya ninguna causa patológica que lo justifique.
La mayoría de los niñ@s con encopresis sufren estreñimiento, tienen retención fecal, debido a esta obstrucción parcial les cuesta retener las heces y entonces aparece la encopresis. Se llama encopresis retentiva.
Los niñ@s con estreñimiento que sienten dolor al defecar, retienen la materia fecal simplemente porque tienen miedo a sentir dolor nuevamente.
En otros casos, los niñ@s no recibieron estímulos adecuados para lograr el control de los esfínteres en su momento evolutivo, o los padres comienzan a estimularlos demasiado precozmente, para lograr este control.
Ciertos problemas emocionales o trastornos de conducta, como el trastorno de oposición desafiante, también pueden provocar encopresis.
Cualquiera que sea la causa, los niñ@s con este problema por lo general sienten mucha vergüenza por lo que les sucede, se sienten culpables, les afecta al desarrollo de su autoestima, a las relaciones con sus iguales. Por eso la encopresis puede transformarse fácilmente en un problema psicológico si no recibe un tratamiento adecuado.
Aunque el trastorno por estrés postraumático (TEPT) fue reconocido como entidad clínica independiente en DSM-III, las primeras descripciones del estado traumático pueden encontrarse ya en la Odisea de Homero, en la que éste describe las reacciones de los soldados griegos de intenso terror, agitación o parálisis conductual, desorientación y otras alteraciones durante las batallas.
El trastorno por estrés postraumático es un síndrome clínico caracterizado por una gran variabilidad de síntomas afectivos, cognitivos y conductuales resultado de un malestar personal y deterioro social con diferentes complicaciones médicas y psiquiátricas que tienen lugar tras la exposición de la persona a un suceso con peligro para su vida o amenaza a su integridad física.
Según el DSM IV los criterios para el diagnóstico son:
- La persona ha experimentado, presenciado o le han explicado acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de las personas de su entorno.
- La persona ha respondido con un temor, desesperanza u horror intensos. Los niños presentan comportamientos desestructurados o agitados.
El suceso traumático es reexperimentado de forma persistente a través de:
- Recuerdos del acontecimiento recurrentes que provocan malestar y en los que se incluyen imágenes, pensamientos y percepciones. En los niños esto se expresa a través de juegos repetitivos donde aparecen temas o aspectos característicos del trauma.
- Sueños repetitivos sobre el acontecimiento que producen malestar. En los niños pueden darse sueños terroríficos de contenido irreconocible.
- La persona actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo. Sensación de estar reviviendo la experiencia, ilusiones, alucinaciones y episodios disociativos de flashback. Los niños pequeños pueden reescinificar el acontecimiento traumático específico.
- Malestar psicológico intenso y/o respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos que recuerdan el hecho traumático.
Evitación de acontecimientos y estímulos asociados al trauma:
- Esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el suceso traumático así como actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma.
- Incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma.
- Reducción del interés o la participación en actividades significativas.
- Sensación de desapego o enajenación frente a los demás.
- Restricciones de la vida afectiva.
- Sensación de un futuro desolador.
Aparecen síntomas que estaban ausentes antes del trauma tales como: dificultades para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad o ataques de ira, dificultades para concentrarse, hipervigilancia, respuestas exageradas o sobresalto.
Entre los acontecimientos traumáticos que pueden originar un trastorno de estrés postraumático se incluyen la situación de combates en la guerra, ataques personales violentos (agresión sexual y física, atracos, robo de propiedades), ser secuestrado, atentados terroristas, ser tomado como rehén, torturas, encarcelamientos como prisionero de guerra, internamientos en campos de concentración, desastres naturales o provocados por el hombre, accidentes automovilísticos graves, diagnóstico de enfermedades potencialmente mortales.
En los niños, entre los acontecimientos traumáticos de carácter sexual, se incluyen las experiencias sexuales inapropiadas para la edad aunque no haya violencia o daños reales.
En los niños mayores, las pesadillas sobre el hecho traumático, pueden convertirse con el paso del tiempo, en pesadillas generalizadas donde pueden aparecer monstruos, rescates espectaculares o amenazas sobre ellos mismos o sobre los demás, los niños no suelen tener la sensación de revivir el pasado, la reexperimentación del trauma puede reflejarse en juegos de carácter repetitivo. Puesto que para un niño es difícil expresar la disminución del interés por las actividades importantes y la disminución de sus sentimientos y afectos, estos síntomas deben ser observados por los adultos de su entorno.
El asistir como espectador a sucesos como accidentes graves o muerte no natural de otros a causa de la guerra, ataques violentos, amputaciones o fragmentaciones del cuerpo, aunque no le ocurran a uno mismo también puede dar lugar a un estrés postraumático.
Los enfermos de TEPT sufren con más frecuencia varias enfermedades médicas graves y crónicas (hipertensión, enfermedades coronarias, cáncer, enfermedades respiratorias, musculoesqueléticas, etc), numerosas somatizaciones, varias conductas de riesgo para la salud como las adicciones y los accidentes. El fenómeno que produce el trauma implica un daño a la integridad y dignidad personal, una vivencia de muerte para el sujeto.
Más información en el siguiente artículo : Elaboración del duelo